La semilla del fuego

A comienzos de los años 70, Bob Marley aún no había profundizado en la fe rastafari. Era un músico en ascenso, lleno de preguntas, pero todavía sin respuestas espirituales claras. Fue Rita, nacida en el corazón de Kingston y criada entre influencias rastas, quien le habló por primera vez de Haile Selassie, del León de Judá, y de una forma de ver la vida conectada con África, la naturaleza y la libertad interior.

Cuando en 1966 el emperador Haile Selassie visitó Jamaica, Rita fue testigo directa del fenómeno. Vio cómo miles de rastafaris lo recibieron como a un Mesías, y cuenta que incluso ella misma vio las marcas de los estigmas en sus manos. Esa experiencia la marcó profundamente, y fue lo que despertó en ella una devoción que luego transmitiría a Bob.

Un cambio en el corazón de los Wailers

Después de esa conexión espiritual, Bob empezó a leer, a preguntar, a dejarse crecer las rastas, a transformar su música. Ya no era solo rebelión o ritmo: ahora había un mensaje. Y en ese cambio, la influencia de Rita fue clave. Ella fue quien trajo los primeros libros, quien encendió la chispa, quien lo llevó a las primeras reuniones con elders rastas, y quien lo sostuvo en la transición de artista popular a figura espiritual.

Más que pareja: compañera de camino

Rita Marley no fue solo una presencia amorosa en la vida de Bob. Fue su primer puente hacia el rastafarismo y, en muchos sentidos, su primer templo. Sin ella, el mensaje de Bob tal vez nunca habría tomado la forma que lo convirtió en símbolo universal de resistencia y paz interior.

Su legado sigue vivo. No solo en su música, sino en la conciencia espiritual que ayudó a despertar en el hombre que cambió la historia del reggae para siempre.

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